A propósito de la primera versión de la semana de la innovación, Innovar nos une, como representante de una las organizaciones colombianas organizadoras del evento y gracias a la sinergía generada con nuestra hermana organización argentina RIET, quiero exponer la presente reflexión:

Colombia, un paraíso macondiano en el que cohabitan diferentes realidades; encontramos distritos de innovación y emprendimiento como la ciudad de Medellín que cuenta con el denominado “valle del software”, una iniciativa que abarca el desarrollo tecnológico y digital de la ciudad y sus empresas, mediante metodologías de innovación social y educativa que comprende pensamiento crítico y habilidades de gestión empresarial. Empero, se encuentran lugares tan alejados y olvidados por el Estado como Guainía, Vichada, Amazonas, Buenaventura, Chocó, Cauca, etc.

Las realidades de los pueblos indígenas y afrocolombianos que habitan estas zonas de la Colombia profunda, son contrarias a las que se encuentran en las urbes. El ser humano en su necesidad de pertenecer y de ser parte integral de un todo, exige la presencia de infraestructura tecnológica básica -acceso a internet- que le permita conectarse con el país y el mundo.

La innovación y puntualmente la innovación social es el puente que se construye para generar unión y cohesión entre personas y culturas diferentes. La educación en innovación y la estimulación del pensamiento divergente y crítico cambian realidades construyendo el camino de la, ahora esquiva, equidad. Los procesos de intercambio y convergencia de pensamiento aunados con el estímulo de la creatividad y el respeto por el pensamiento diferente son el insumo con el que los Estados deben llegar a estos territorios, donde abunda el talento y paradójicamente la pobreza.